No sé cómo decirte
que al pronunciar tu Nombre
mi corazón palpita acelerado,
no caben más jilgueros en mi pecho,
se atropellan palabras, metáforas e imágenes
que no acierto a engarzar en el poema.
Cuando te nombro, Madre,
recobro de improviso
la fúlgida fragancia
de la primavera.
Cuando te digo luz, estrella o luna,
se levanta en la noche
la aurora que me trae
la alegría de un nuevo amanecer.
Tú abriste el corazón a la promesa
y floreció en tu seno la Palabra,
que acampó para siempre en nuestros páramos.
María, dinos siempre esa Palabra
de luz para el sendero de la vida
y tiéndenos tu mano cariñosa
a tantos hijos tuyos desvalidos. Amén.