¡Qué espada de dolor, Virgen María,
mirar a Dios, tu Hijo, maltratado,
el verlo con la cruz desamparado!
¡Qué luz de sufrimiento en negro día!
¿Se quebró por valor tu sintonía?
¿Se quebró por temor tu fe y tu calma?
¿Acaso fue la cruz o bien su alma
sangrante del dolor que en ella había?
¡Qué diálogo sin voz, qué mudo llanto
gimió entre las tinieblas del encuentro:
torrente de emoción, fúnebre planto!
Tu fuerza inmaculada, desde dentro,
roció de firme fe tu triste manto,
creyendo en tu Jesús, aún siendo muerto.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Amén.
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