Virgen que el sol más bella,
Madre de Dios, que es toda tu alabanza;
del mar del mundo estrella,
por quien el alma alcanza
a ver de sus borrascas la bonanza.
En mi aflicción te invoco;
advierte, ¡oh gran Señora!, que me anego;
pues ya en las sirtes toco
del desvalido y ciego
temor, a quien el alma ansiosa entrego.
La voluntad, que es mía,
y la puedo guardar, ésa os ofrezco,
Santísima María:
mirad que desfallezco;
dadme, Señora, el bien que no merezco. Amén.