HIMNO DE VÍSPERAS (I)
¿Por qué, Corazón divino,
te muestras a los mortales
con dolorosas señales
entre torrentes de luz?
¿No ves que llamas no cuadran
entre delicias divinas
ni esa corona de espinas,
ni esa herida ni esa cruz?
Mas ya escucho que respondes
a mi mundana extrañeza,
diciendo que la grandeza
de tu amor medir no sé.
Y el enigma me descubres
de esos signos misteriosos
a la luz de los hermosos
esplendores de la fe.
Con el amoroso incendio
de esas divinales llamas diciendo
que estás que nos amas
con ternura sin igual.
Y esa sacrosanta herida
que el amor mantiene abierta
es la que abrirá la puerta
del paraíso eternal.
La cruz clavada que ostentas,
por las llamas circuida,
es el árbol con que vida
nos diste muriendo en él.
Y porque el amor sincero
se prueba en grandes dolores,
es tu corona de flores
punzante zarza cruel.
Haz, oh Corazón sagrado,
que al mirarte los mortales
con dolorosas señales
entre torrentes de luz,
sepan que son tiernas voces
con que llamándonos clamas
esa corona, esas llamas,
esa herida y esa cruz. Amén.
HIMNO DE LAUDES
Tu Ley es la clemencia,
Jesús, nuesta esperanza:
de gracia y gozo, Fuente,
felicidad del alma.
Acoge al penitente,
atiende al que te llama:
si vas al que te busca,
¿qué harás al que te alcanza?
Manjar divino y grato,
tu Amor es para el alma,
que colma, sin hastío,
y el hambre nunca sacia.
Jesús amabilísimo,
Imán de nuestro espíritu,
por Ti suspira y clama
en sus anhelos íntimos.
Quédate con nosotros,
al alba y al crepúsculo:
transforme tu dulzura
y caridad al mundo.
Benignidad suprema,
y Gozo inefable,
Bondad incomprensible,
Amor que nos atrae.
Jesús, Rey de las almas,
por siempre te alabemos
tu inmenso Amor cantando
en tu divino Reino.
Amén.
HIMNO DE VISPERAS (II)
Mi Cristo, tú no tienes
la lóbrega mirada de la muerte.
Tus ojos no se cierran:
son agua limpia donde puedo verme.
Mi Cristo, tú no puedes
cicatrizar la llaga del costado:
un corazón tras ella
noches y días me estará esperando.
Mi Cristo, tú conoces
la intimidad oculta de mi vida.
Tú sabes mis secretos:
te los voy confesando día a día.
Mi Cristo, tú aleteas
con los brazos unidos al madero.
¡Oh valor que convida
a levantarse puro sobre el suelo!
Mi Cristo, tú sonríes
cuando te hieren, sordas, las espinas.
Si mi cabeza hierve,
haz, Señor, que te mire y te sonría.
Mi Cristo, tú que esperas
mi último beso darte ante la tumba.
También mi joven beso
descansa en ti de la incesante lucha. Amén.
MEDITACIÓN
REGOCIJAOS CONMIGO, PORQUE HE ENCONTRADO A MI OVEJA,
LA QUE HABÍA PERDIDO
Siento que Jesús está cada vez más cerca de mí.
Ha permitido estos días que caiga en el mar, que me ahogue en la consideración de mi miseria y de mi orgullo, para hacerme comprender hasta qué punto tengo necesidad de Él. En el momento en que estoy a punto de hundirme, Jesús, caminando sobre las aguas, viene sonriente a mi encuentro para salvarme. Quisiero decirle con Pedro: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador, pero la ternura de su corazón se me adelanta y con la dulzura de sus palabras me dice: No tengas miedo.
¡Oh, nada temo a tu lado! Descanso enteramente en Ti: como la oveja perdida, siento los latidos de tu corazón; Jesús, una vez más te digo que soy todo tuyo, tuyo para siempre. Tú eres verdaderamente grande; sin Ti no soy más que una débil cañan, pero apoyado en Ti soy una columna. No debo olvidar jamás mi miseria, no para temblar continuamente, sino para que, a pesar de mi humildad y mi confusión, me acerque cada vez con más confianza a tu corazón, porque mi miseria es el trono de tu misericordia y de tu amor.
BEATO JUAN XXIII
Papa que convocó el Concilio Vaticano II.
Fue beatificado en el año 2000 (1881-1963)
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS,
EN TI CONFÍO