Maternidad educativa y sacerdotal
La vocación de una mamá viuda “¿Una mujer
perfecta quién podrá hallarla? Muy superior a las perlas es su valor… Sus hijos se levantan
para proclamarla bienaventurada” (Proverbios 31, 10.28).
Margarita vive su camino de fe en la
elección matrimonial casándose con Francisco
Bosco, que ha quedado viudo a los 27 años de edad.
Celebran sus bodas en la parroquia de Capriglio el 6 de junio de 1812, intercambiándose el anillo
nupcial a los pies del altar durante el
ofrecimiento del santo Sacrificio.
A la muerte prematura del esposo Margarita se encuentra, ella
sola, con la responsabilidad de la familia en un momento de grave carestía.
Tiene en casa a la mamá de Francisco, paralizada y necesitada de cuidados; Antonio, hijo de las primeras bodas de
Francisco; y a sus dos hijos, José y Juan (El futuro Don Bosco).
Ante la propuesta de un nuevo matrimonio sumamente ventajoso
contesta en forma constante: “Dios me ha dado un esposo y me lo ha quitado; mi
esposo al morir me confió tres hijos y yo sería una madre cruel si los
abandonara cuando más me necesitan”. Le contestaron que los hijos habrían sido
confiados a un buen tutor que los habría cuidado perfectamente. “El tutor –
apuntó la generosa mujer – es un amigo, yo soy la madre de mis hijos; no los
abandonaré jamás ni por todo el oro del mundo. Es mi deber consagrarme
totalmente a su educación cristiana”.
Mujer fuerte y sabia, justa y firme en sus elecciones,
Margarita lleva un estilo de vida sobrio. En la educación cristiana de los hijos
es severa, dulce y razonable. De esta forma
cría a tres muchachos de carácter muy diverso, sin nivelar ni mortificar a
ninguno de ellos. Obligada a realizar elecciones a veces dramáticas como alejar
de casa a Juanito para salvar la paz en
la familia y permitirle estudiar – secunda con fe y esperanza las inclinaciones
de los hijos, ayudándolos a crecer en la generosidad y en la audacia. Al
escuchar el sueño de los nueve años de Juanito, es la única que logra leerlo en
la luz del Señor: “¡Quién sabe si no debas llegar a sacerdote!”.
Le permite estar con muchachos poco recomendables, porque con
él se portan mejor.
Acompaña con amor a Juan hasta el sacerdocio, manifestando en
diversas circunstancias una capacidad de discernimiento de la voluntad de Dios
realmente especial: “Yo quiero absolutamente que tú examines el paso que quieres
dar y que luego sigas tu vocación, sin mirar a nadie.
La primera cosa es la salvación de tu alma. El párroco quería
que te disuadiera de esta decisión, pensando en la necesidad que yo podría tener
más tarde de tu ayuda. Pero yo digo: en estas cosas no entro, porque Dios está
ante todo. No te preocupes por mí. Yo de ti no quiero nada, no espero nada de
ti. Tómalo muy en cuenta: he nacido en la pobreza, he vivido en la pobreza,
quiero morir en la pobreza. Antes bien, te lo reafirmo: si te decidieras por el
estado de sacerdote secular y por desgracia llegaras a ser rico, yo no vendré a
visitarte ni una sola vez. ¡Recuérdalo bien!”. Y la tarde de la primera misa en
el pueblo de nacimiento, Castelnuovo, mientras juntos
vuelven a la casa de los Becchi, Mamá Margarita dice
al hijo, neosacerdote, palabras memorables en la
historia del sacerdocio católico:
“Eres sacerdote, celebras misa, de ahora en adelante estás
por tanto más cerca de Jesucristo. Recuerda sin embargo que comenzar a decir
misa significa comenzar a sufrir. No te darás cuenta en seguida, pero
poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy segura de que todos
los días rezarás por mí, ya sea que esté viva o haya muerto; eso me basta. Tú de
ahora en adelante piensa solo en la salvación de las almas y no te preocupes por
mí”.
Esta relación entre madre e hijo madura hasta la participación de Mamá
Margarita en la misión educativa del hijo. “Mi querido hijo, tú puedes imaginar
cuánto le cueste a mi corazón abandonar esta casa, a tu hermano y a los demás
seres queridos; pero si te parece que ello pueda darle gusto al Señor, estoy
lista para seguirte”. Deja la amada casita de los Becchi, lo sigue entre los jóvenes pobres y abandonados de
Turín. Aquí durante diez años (los últimos de su vida) Margarita se entrega sin
reserva a la misión de Don Bosco y a los comienzos de su obra, ejerciendo una
doble maternidad: maternidad espiritual hacia el hijo sacerdote y maternidad
educativa hacia los muchachos del primer oratorio, contribuyendo a educar hijos
santos como Domingo Savio y Miguel Rúa.
Analfabeta, pero colmada de la sabiduría que viene de lo alto, es
la ayuda de innumerables pobres muchachos de la calle, hijos de nadie.
En resumen, la gracia de Dios y el ejercicio de las virtudes
han hecho de Margarita una madre heroica, una educadora sabia y una buena
consejera del carisma salesiano naciente. Ella resplandece en el extraordinario
número de mamás santas, que viven en la presencia de Dios y en Dios, con una
unión hecha de silenciosas plegarias casi ininterrumpidas. La “cosa más
sencilla” que Mamá Margarita sigue repitiendo con el ejemplo de su vida es ésta:
la santidad está al alcance de la mano, es para todos, y se realiza en la
obediencia fiel a la vocación específica que el Señor confía a cada uno de
nosotros.
Mensajes del Rector Mayor en el Boletín Salesiano
Noviembre, 2011