Yo no sé quién eres:
pero eres una gran ternura.
No sé lo que es la caricia de la primavera
cuando la siento subir
como una turbia marea de mosto,
ni sé lo que es el pozo del sueño
cuando mis manos y mis pies
con delicia se anegan,
y, hundiéndose, aún palpan el agua
cada vez más humanamente profunda.
No, yo no sé quién eres, pero Tú eres
luna grande de enero que sin rumor nos besa,
primavera surgente como el amor en junio,
dulce sueño en el que nos hundimos,
agua fresca que embebe
con trémula avidez la vegetal
célula joven,
matriz eterna donde el amor palpita,
Madre, Madre.
¡Qué dulce sueño en tu regazo, Madre,
soto seguro y verde entre corrientes rugidoras,
alto nido colgante sobre el pinar cimero,
nieve en quien Dios se posa como el aire de estío,
en un enorme beso azul,
oh, Tú, primera y extrañísima creación de su amor!
...Déjame ahora que te sienta humana,
madre de carne solo,
igual que te pintaron tus más tiernos amantes,
déjame que contemple tras tus ojos bellísimos,
los ojos apenados de mi madre terrena,
permíteme que piense
que posas un instante esa divina carga
y me tiendes los brazos,
me acunas en tus brazos,
acunas mi dolor,
nombre que lloro.
Virgen María, Madre,
dormir quiero en tus brazos
hasta que en Dios me despierte.
Amén.
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