Hijo soy de ti, María,
la flor que tu maduraste;
honda luz crecida en fruto,
tu primavera de carne.
Nueve meses me tuviste
naufragando por tu sangre.
Te recorrí, gota a gota,
navegué todos tus mares.
Las playas de tus mejillas,
las islas de tus lunares.
Desde tu frente dorada
a tus pies, que son corales.
Te he visto el alma por dentro
agua riente, humilde, amable.
Sobre las ondas en calma
riela Dios, y se complace.
Fue tu corazón hinchado
vela hermosa, grácil nave.
Ola del amor tu vientre.
En la fe tú me engendraste.
Balandro de la mañana,
me desperté, me miraste:
se deshojaron tus manos
en diluvio de rosales.
Cuando al mar volví la cara,
a mi proa te inclinaste.
Todo el azul en tus ojos;
tu sonrisa, el oleaje.
Tus brazos fieles estelas
para un niño navegante.
Las espumas de tus besos
tejieron blancos pañales.
Sólo estabas tú, María,
marinera y vigilante.
Tu presencia, el horizonte;
la ternura, tu paisaje.
Me infundiste suave brisa,
con tu aliento me inspiraste;
viento a favro fue la vida;
barca varada adelante.
Oye el quebrarse del agua,
dulce trino de Dios Padre,
Esposa de la Paloma,
mi serenata del aire.
Fascinación de ser Hijo.
Rumbo voy a tu semblante.
Mi estrella, saberme tuyo.
Mi puerto, sentirte Madre.
Amén.
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