Avanza el mes de enero y se acerca la fiesta de Don Bosco. Celebrar a nuestro padre es también disponer el corazón para vivir como él y hacer nuestras sus grandes intuiciones espirituales y apostólicas. Esa es la tarea que tenemos por delante y el compromiso que todos nosotros asumimos cada día: ser fieles, con creatividad, a la herencia carismática que el santo de los jóvenes nos ha dejado.
Cuenta el mismo Don Bosco en las Memorias del Oratorio que una tarde lluviosa del mes de mayo (quizás del 1847), un joven de unos quince años se presentó en su casa completamente empapado de agua: “No tengo nada y estoy completamente solo” le dijo, mientras Mamá Margarita trataba de secarle las ropas. Don Bosco, reconoce él mismo, “estaba conmovido”. La respuesta que brotó de su corazón de padre, aún en la penuria de aquel tiempo, no fue otra que “hacerle hueco”: “Quédate”.
Creo que en aquel primer “quédate” podemos descubrir toda la fuerza de un corazón grande y magnánimo que ha comprendido que el amor no entiende de medidas ni de evasivas. Como el samaritano protagonista del relato evangélico, Don Bosco no dio un rodeo; no se apartó del camino; no buscó excusas ni apretó el paso para pasar de largo. Solo abrió la puerta para que aquel muchacho pudiese entrar: “Quédate”.
Y después vinieron muchos más “Quédate” pronunciados con una sonrisa y una mano abierta y solidaria que invitaban siempre a la esperanza. ¿Cuántas veces se repetiría aquella misma escena?
Hemos de aprender de Don Bosco a decir “Quédate”; o lo que es lo mismo: me importas mucho, aquí estoy, cuenta conmigo. Mirando a nuestro padre, hemos de saber expresar también nosotros, como él, la bondad y la cercanía del que no pasa de largo, mira con compasión la realidad y se implica en ella a fondo aunque eso suponga “complicarse” más la vida.
Decir “quédate” a los hermanos es abrir la puerta de la fraternidad para compartir, para disculpar, para comprender, para acompañar. Sin pasar de largo.
Decir “quédate” es cruzar la línea de la indiferencia para ganar el corazón desde la cercanía, la paciencia y el cariño. Sin pasar de largo.
Decir “quédate” a los que nos piden una mano o llaman a nuestra puerta en una tarde lluviosa es estar siempre dispuestos a poner al otro en primer lugar, a tender la mano de la amistad, a tener a punto el fuego de la acogida, a encontrar siempre un lugar para poder calentar el alma, a veces tan al aire, de los que se encuentran a la intemperie. Sin pasar de largo.
Don Bosco no dio rodeos. Su corazón, tan grande como las arenas de las playas, fue siempre el hogar de cuantos se acercaron a él buscando un poco de calor. En este mes de Don Bosco, preparar su fiesta es asumir en el día a día el compromiso de saber decir “quédate” siempre que alguien llame a nuestra puerta aterido de frío. ¡Ojalá siempre le abramos!
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