jueves, 15 de septiembre de 2011

MEMORIA DE NUESTRA SEÑORA, LA VIRGEN DE LOS DOLORES (15/SEP)




"Hay celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos, en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo, como la memoria de la Virgen Dolorosa (15 de Septiembre), ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la Madre que comparte su dolor" (Pablo VI, Marialis cultus)



HIMNO DE LAUDES

Toda la tierra estremecida y grave
bajo la sangre fiel que la levanta
sufre en tu misma entraña donde canta
en siete heridas tu agonía suave.

La lenta flor de tu mirada sabe,
cuando a los yertos miembros se adelanta,
hacerse hiedra de su triste planta
y erguir los cielos con fervor de ave.

Bajo la Cruz -sin venas que la guarden-
llega hasta Ti la savia enaltecida
donde el tiempo remedia sus rigores.

Y estás ante los astros que no arden,
pariendo, Virgen, nuestra propia vida
como pariste a Dios,, mas con dolores.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu.  Amén.


 


SECUENCIA



La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.
¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.





MEDITACIÓN


Y DESDE AQUELLA HORA EL DISCÍPULO LA RECIBIÓ EN SU CASA



Junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre.  Verdaderamente es madre la que no abandonó a su hijo ni en los terrores de la muerte.  ¿Cómo podía horrorizarse por la muerte aquella cuyo amor era fuerte como la muerte e incluso más fuerte que la muerte?  Sí, se mantenía de pie junto a la cruz de Jesús y el dolor de esta cruz le crucificaba su corazón; todas las llagas que veía en el cuerpo de su Hijo eran otras tantas espadas que laceraban su alma.  Es justo, pues, que allí fuera proclamada Madre y que fuera designado un protector bien escogido para cuidar de Ella, porque es ahí, sobre todo, donde se manifiesta el amor perfecto de la Madre hacia al Hijo y la verdadera humanidad que el Hijo había recibido de su Madre.

Jesús, habiéndola amado, la amó hasta el fin.  A Ella van dirigidas sus últimas palabras, a modo de testamento.  En ellas Jesús confió el cuidado de su Madre a su más querido heredero.  Pedro recibió a la Iglesia, y Juan, a María.  Esta parte le era concedida a Juan como un signo del amor privilegiado del que fue objeto.  El futuro evangelista pudo conversar familiarmente con Aquella que lo sabía todo, la que, desde el principio, había observado atentamente todo lo referente a su Hijo y que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón.



BEATO GUERRICO DE IGNY
Abad cisterciense (Ca. 1080-1157)





HIMNO DE VÍSPERAS

¿Habrá dolor más intenso
que tu dolor dolorido?,
¿habrá, Señora, un gemido
más soledoso y más denso
que el que te enluta, hondo y tenso,
de morada y negra toca?
¡Oh turba que pasáis loca,
hijas de Jerusalén,
mirad la bondad sin bien:
mojad con hiel vuestra boca!

¿No son más blandas las piedras
y más compasivo el cielo
que mi corazón sin duelo,
cuándo Tú, como las hiedras,
junto a la cruz no te arredras
de ahogarte en esos oleajes
de hiel?  Obscuros celajes
envolvían el Calvario,
y Tú eras, Madre, el sudario
de aquel diluvio de ultrajes.

Dame ese llanto bendito
para llorar mis pecados;
dame esos clavos clavados,
esa corona, ese grito,
ese puñal, ese escrito,
y esa cruz para loarte,
para ungirte y consolarte,
oh Virgen de los Dolores,
para ir sembrando de flores
tu vía crucis de parte a parte.  Amén.




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