Esta festividad fue instituida con el objeto de que los fieles encomienden a Dios, a través de la intercesión de la Santa Madre, las necesidades de la Iglesia. Por primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en 1513 en la ciudad española de Cuenca. Desde ahí se extendió por toda España, y en 1863 el papa Inocencio XI la admitió en la Iglesia de occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio de Viena y la derrota de los turcos. La gran devoción al Santísimo Nombre de Jesús que se debe en parte a las predicaciones de San Bernardino de Siena, abrió naturalmente el camino para una conmemoración similar del Santísimo Nombre de María.
¡Madre de Dios y Madre mía, María!
Yo no soy digno de pronunciar tu Nombre;
pero, Tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no sea pura,
que pueda invocar en mi socorro
tu santo y poderoso Nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que de hoy en adelante
tu Nombre sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en AUXILIARME
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar: ¡MARÍA!
San Alfonso María de Ligorio
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