Si predica más de diez minutos, no acaba nunca. Si predica menos, no se ha preparado.
Si habla de la contemplación de Dios, está en las nubes. Si aborda los problemas sociales, gira a la izquierda.
Si casa y bautiza a todo el mundo, vende los sacramentos como en rebajas. Si se vuelve más exigente, quiere una Iglesia de «puros».
Si aplica a todos las mismas normas, no comprende las circunstancias de cada uno. Si hace excepciones, debería tratar a todos por igual.
Si se queda en el despacho, no ve a nadie. Si hace visitas, no está nunca en el despacho.
Si visita a las familias, no tiene nada que hacer. Si no las visita, no le importa la gente.
Si tiene éxito con los niños, tiene una religión de crío. Si está con los jóvenes, no quiere penas. Si está con los mayores, más le valdría ocuparse de los jóvenes.
Si tiene amigos ricos, vive con los que mandan. Si tiene amigos pobres, es un revolucionario.
Si va por las entidades del barrio, se quiere meter en todo. Si no va, no le interesan los problemas.
Si atiende a los pobres, seguro que tira el dinero. Si no lo hace, debería estar con ellos.
Si va de negro, es un anticuado. Si va de paisano, le da vergüenza que sepan que es sacerdote.
Si visita a los enfermos, tiene tiempo para perderlo y pasa al margen de los problemas de su tiempo.
Si no los visita, no le preocupan los débiles.
Si hace obras en la iglesia, tira el dinero por la ventana. Si no hace nada, es un abandonado.
Si colabora con el consejo parroquial, se deja llevar como un borrego. Si no tiene consejo parroquial, es demasiado individualista.
Si sonríe fácilmente, se muestra demasiado familiar. Si no lo hace, es intratable.
Si es joven, no tiene experiencia. Si es viejo, debería jubilarse.
Si se muere o se traslada, los feligreses escriben una carta al obispo y exigen uno.