La devoción del Santo Rosario, hunde sus raíces en el Medievo con la figura de Santo Domingo de Guzmán (español y aragonés), y que al parecer le fue inspirado por la Santísima Virgen para combatir las herejías de los albigenses y cátaros comenzadas en Francia, dio pie a que el Papa San Pío V, de tan feliz memoria, pusiese bajo la protección de la celestial Señora, la batalla naval de Lepanto en el año 1571, que tan decisiva fue para la vitalidad del mundo cristiano, cuando el islamismo amenazaba destruir la fe de la Iglesia Católica, y que, gracias a la intercesión poderosa de tan maternal Señora, se diera lugar a una victoria históricamente tan gloriosa, por la que se invocaría para siempre a la iniciativa del Santo pontífice San Pío V, AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, y que más tarde acogería la vida y obras salesianas de San Juan Bosco (Don Bosco), poniéndolas bajo el amparo de la virginal Señora como "MARÍA AUXILIADORA DE LOS CRISTIANOS".
Por todo esto y por la profunda devoción al Santo Rosario, SS.El Beato Juan XXIII, el Papa bueno, con sus peculiares clarividencias y sencillez, proclamó a toda la Iglesia: "El Rosario es el Evangelio de los pobres", es decir, de los pobres de Yavhé, de los pobres de espíritu, de los mansos y humildes de corazón, porque ellos alcanzarán el cielo y poseerán la Tierra, de los que lloran, porque ellos serán consolados por el mismo Señor, cuando Él enjugue las lágrimas de sus ojos según la bellísima profecía del Apocalipsis. De los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados, de los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia, de los limpios de corazón porque ellos verán a Dios, de los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios, de los perseguidos por ser justos, porque de ellos es el reino de los cielos, de los que son perseguidos, injuriados y calumniados por causa de Jesucristo, el Señor, porque su recompensa será grande en el cielo (San Mateo 5,3-12).
¿Cómo no alabarte, Dulcísima Madre, si con tu Rosario nos han llevado a la imitación de tu divino Hijo, Ntro. Señor? ¿Cómo no bendecirte si tú eres el orgullo y el honor de nuestra raza y nuestro pueblo? ¿Cómo no reverenciarte si el Ángel te ensalzó como la llena de Gracia y Santa Isabel prorrumpió en gritos de alegría llamándote Bendita entre las mujeres? ¿Cómo no vitorearte si sólo Tú eres la Inmaculada Concepción? ¿Cómo no agradecerte si Tú eres el consuelo de los afligidos, el refugio de los pecadores, la Estrella de la Mañana y todos esos nobilísimos títulos con que la Iglesia te aclama e invoca en las letanías lauretanas? ¿Cómo no darte gracias por los innumerables favores con que bendices a tus hijos? ¿Cómo no tener confianza absoluta en tu protección, amparo y consuelo, si Tú eres la Madre de Misericordia?
¡Oh, Dulcísima Señora!, permíteme que a tus pies deje la pobre ofrenda de mi corazón tan pequeño, siempre tan frágil, siempre tan débil. Permíteme que desde su pobreza te pida, unida a la intercesión de los nuevos beatos, recientemente elevados a los altares, el P. Bernardo de Hoyos, S.J. Manuel Lozano Garrido "Lolo" laico, Fray Leopoldo de Alpandeire, franciscano, la Madre María de la Purísima, religiosa de la compañía de la Cruz, y Jonh Henri Newman, converso de la Iglesia anglicana al Catolicismo y, que tanto bien hizo a los católicos de Inglaterra con su vida de cristiano auténtico y alma de oración sirviendo a los pobres, amando a los enfermos y encarcelados, repito, te ruego que protejas a la familia tan frontalmente amenazada; por la Iglesia, siempre calumniada y difamada; por los pobres, siempre olvidados; por los ancianos, tan marginados; por los enfermos tan silenciados; por los hombres del mar, siempre tan sacrificados; por las nuevas generaciones, portadores de los valores humanos y cristianos, futuro de un mundo más luminoso y alegre, más justo, más libre.
¡Oh, Señora Dulcísima! Te rogamos para que en cada hogar cristiano se rece todos los días en familia tu Santo Rosario y que con nuestro ejemplo se lo enseñemos y se lo transmitamos a los niños y jóvenes; que lo llevemos con humildad pero valientemente a las escuelas, asociaciones, comunidades y hermandades, con el Santo orgullo de llevar esa devoción tan querida y bendecida por Ti: El Santo Rosario.
¡Oh Señora virginal!, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos y después de este destierro muéstranos a Jesús. ¡Oh Clementísima!, ¡Oh Piadosa! ¡Oh Dulce Virgen María!, ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo! Amén
Antonia Martín Tortosa