El 10 de febrero de 1935, cuando la Iglesia celebraba la fiesta de la primera monja benedictina, Santa Escolástica, moría en el Colegio de las Hijas de María Auxiliadora una sencilla religiosa.
Don Felipe Forcada, sacerdote inteligente y enemigo de toda «pamplina» -cosa que todos conocíamos de sobra-, exclamó ese día todo emocionado: «¡Ha muerto una santa! ¡Ha muerto una santa!».
He reflexionado muchas veces sobre esa expresión y he pensado más de una vez en el alto grado de santidad que debía tener Sor Eusebia, para haber impresionado tanto a don Felipe Forcada, que era su confesor.
Y es que Sor Eusebia, por donde quiera que pasó dejó esa impresión de santidad. Así acabo de leerlo en un bello articulo publicado, el l de octubre de este mismo año de 1977, en el «Boletín Salesiano» de Turín, con una espléndida foto de nuestra parroquia y de su majestuosa torre.
En Salamanca, su tierra natal, siendo una humilde muchacha de servicio, la llamaban santa.
Mas tarde, en Sarriá, donde hizo el noviciado, todas decían de ella «que era una santa». Y en Valverde, donde realizó toda su vida religiosa después de su profesión, yo siempre he oído hablar de la santidad de Sor Eusebia.
Con razón el Párroco de Cantalpino escribió en el libro de Bautismos, al margen de su partida: «Murió en fama de santidad en Valverde del Camino». Y en el libro de las Visitas Pastorales escribió lo mismo, pero con más detalles, el 12 de marzo de 1935, como he podido leer en una fotocopia que poseo. Termina el Párroco de Cantalpino su relación con este párrafo:
«Se cuentan de Sor Eusebia varios sucesos extraordinarios que me privo de referir porque necesitan la aprobación de la Iglesia, que hasta la fecha nada ha dicho. Sólo copiaré unos párrafos de una carta que con fecha 8 de marzo de l935 escribió la que fue Superiora en Valverde Sor Carmen Moreno (cuyo procesa de Beatificación está en Roma), a la dichosa madre de Sor Eusebia: En medio de mi grandísima pena, dice, me dio el Señor la satisfacción de cerrarle los ojos y que todo cuanto a su hija se refería pasase por mis manos y fuera yo la que lo dispusiera todo, siendo testigo de su muerte que fue edificantísima, es más, santa. Antes de morir vio a María Auxiliadora, nuestro Santo Fundador, San Juan Bosco, Domingo Savio (un santito niño de Don Bosco) y el cielo con una belleza y claridad que ella en su alegría grandísima no podía ni expresar». Lo firma el Párroco, Pablo Martin Dorado.
Nuestro venerado Don Jesús escribió en el libro 39 de Defunciones de la· Parroquia de Valverde, folio 161 vuelto, entre otras cosas: «Dio ejemplo de todas las virtudes durante su vida religiosa en este Colegio, distinguiéndose por su rara humildad, su completa obediencia, su candor angelical y su celo en propagar la devoción de las Sagradas Llagas de nuestro Señor Jesucristo que extendió por muchos pueblos de la provincia y por otras diócesis de España. Ofreció su vida, con larga y penosa enfermedad, llevándola con santa resignación y alegría, por la salvación de España y especialmente por esta ciudad. Su fama de virtud y santidad era tan notoria que ante su cadáver, expuesto dos días en la Capilla de María Auxiliadora, oró todo el pueblo con gran fervor ».
Lo recuerdo perfectamente. Tenia solo nueve años. Posiblemente yo había visto a Sor Eusebia otras veces, pero solo la recuerdo cuando la vi de cuerpo presente, en la Capilla del Colegio, con una gran multitud de personas que entregaban objetos piadosos a una salesiana para que los tocase a su cadáver. Era signo evidente de su fama de santidad. Oí decir muchas cosas de sus «profecías», «revelaciones» y «milagros». Como escribía el señor Párroco de Cantalpino, la Iglesia aun no ha emitido su juicio sobre esto. Dejémoslo por ahora, aunque podríamos hablar de ello como particulares y con nuestra sola ciencia humana.
Yo sé que Sor Eusebia es santa -y la Iglesia lo declarará en su día si lo juzga oportuno- por esas cosas, aunque esas sean signos de santidad. Ella fue santa porque amó entrañablemente a Dios y a los hombres por amor a Dios. Sabía perfectamente cuál es el secreto de la santidad cristiana. Conservo fotocopia de una carta suya en la que escribe a una señorita que quería ser religiosa: «Cuanto más humilde, sencilla y mortificada es un alma tanto más disfruta en la casa de Dios. Pues el alma que es humilde, en cualquier trabajo que la obediencia le mande, ya sea cuidar de la huerta, de los animales, de fregar platos, o pintar, o coser, en todo se encuentra contenta, pues en la casa de Dios nada hay pequeño ni bajo, pues todo es grande a los ojos de Dios. La verdadera santidad no consiste en irse a un rincón a rezar o darse disciplinas o hacer cosas ruidosas, no, nada de eso. La verdadera santidad consiste en la renuncia de nosotras mismas siguiendo en todo la vida común, y el exacto cumplimiento en todos los deberes que la obediencia nos imponga. Ahí es donde debemos buscar la santidad, y debemos marchar con recta intención de agradar sólo a Dios y de traerle corazones por medio de nuestra abnegación para que se le conviertan y le amen». Bellísima pagina de espiritualidad cristiana. inclínense, señores teólogas y canonistas! ¡Doblen el «espinazo» también quienes buscan en la santidad lo ruidoso, las sucesos extraordinarios, solamente!
Así escribió, incluso con faltas de ortografía, de la santidad cristiana quien la vivió en plenitud y se retrató en cada una de esas palabras. No niego que Sor Eusebia tuviera carismas muy apreciables. Así parece, al menos, desde su más tierna infancia. Desde muy niña, cuando en lo mas crudo del invierno no tenían qué comer y acompañaba a su padre que pedía limosna, ella notaba que la Virgen siempre atendía sus peticiones. Pero me cautiva más lo poco que hasta ahora he podido conocer de su vida interior, ruda y vigorosa, sin hacer ruido. Levanto su alma hasta los sitiales de la deificación, hasta poder cantar en un tono de alegre verdad aquello del místico de las «Nadas», San Juan de la Cruz:
«Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio... ».
Fue fiel a la gracia de Dios. Este fue su mensaje entre nosotros. Recibámoslo con veneración. Seamos consecuentes. La presencia de Sor Eusebia en Valverde es un verdadero regalo de Dios. Debemos corresponder. Un proceso de Beatificación y de Canonización es largo. No importa. Ella dejó tras sí una estela luminosa de virtud y nos señala un camino hacia los valores eternos del espíritu. Su sepulcro, escribió Don Jesús, será glorioso.