La caridad nos abre las puertas del cielo, pues nuestro Señor llamó benditos de su Padre a los que la practican.
En todos nuestros hermanos debemos mirar la imagen de Dios venerando en ellos los destellos de la divinidad, excitando en nuestro interior un amor grande y desinteresado que nos haga sacrificarnos gozosas por su bien.
Las virtudes que deben brillar más en mí son: la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad. Quiere nuestro Señor que yo baje tanto, tanto, que no hay otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante a que yo no pertenezca. Y que esto siga después de mi muerte.
¡Oh, enseñanza divina!, cuando con el ejemplo de mi Señor crucificado conozco que bajando subo y muriendo vivo, y con el desprecio de lo criado poseeré al Criador; cuando empieza la luz de la fe a derramar sus rayos en el entendimiento, es cuando se comprende el misterio del Calvario y un Dios tan humillado para que el hombre sea exaltado.
La fragua donde han de encender el amor es la oración. Sin oración, no se pueden amar los medios que nos hacen santas; porque como todo lo que santifica es contrario a la naturaleza, si no lo meditamos por el lado de lo que todo eso nos ha de valer en la presencia de Dios, no se nos hace fácil.
No hay nada más hermoso que la paz nacida del amor de Dios, por el que con gusto se practican los actos de abnegación para sostener esta paz.
La Providencia no tiene límites, como decía el P. Torres: "El bolsillo de esta señora no tiene fondo". Pero, una vez más que otra, hace sentir los efectos de la pobreza, para qeu brille más la misericordia de Dios y se aumente la fe en los que todo lo esperan de ella.
Si aspiramos a figurar en algo, el ser de las últimas nos humillaría; pero si somos las primeras que queremos vivir oscurecidas y que no se ocupen de nosotras para alabarnos, no sólo no tenemos humillación, sino exaltación verdadera, como verdaderas imitadoras de nuestro Señor crucificado.
Todo el consuelo de la vida espiritual está en la oración de ruego. Porque esta oración, hecha con fe, nos da una seguridad de que se nos concederá lo que pedimos; y si no, lo que más nos convenga y nos ayude a perseverar contentas, contando con la ayuda de Dios que quiere para nosotras lo mejor.
Así quiero que estén siempre, contentas, para no que no den entrada a la tentación, pues el enemigo se vale muchas veces de nuestro humor triste y melancólico para abultarnos las cosas y hacernos la cruz pesada.
No deseo más que vuestra santificación, que vivamos para Dios, para Él solo trabajemos y suframos las cosas que se nos presenten, y así le damos mucha gloria. Porque una cosa sola, como es la santificación, encierra muchos bienes: la gloria de Dios, la salvación de las almas y los sufragios para el purgatorio.
Pidamos a Dios gracia para imitar a los santos en el amor que tenían a su santificación; y por eso se alegraban tanto cuando nuestro Señor los visitaba con padecimientos, trabajos y contradicciones, porque comprendían que entonces eran las entradas para su espíritu.
Cuando se obra con pureza de intención con esta confianza, esperando que mande nuestro Padre celestial para obedecer sea lo que sea, con esta humildad, no es posible que nuestro buen Dios permita que nos veamos confundidos.
Aunque somos criaturas miserables, como tenemos buena voluntad, pronto se nos pasan las penas endulzándolas con la palabra "voluntad de Dios", y es superior la alegría que siente el espíritu por tener algo que ofrecerle.
¡Oh. gran voluntad de mi dulce Jesús, bendita seas! Yo te alabo y te bendigo y te amo más, mucho más, porque se ha hecho en mí tu voluntad y no la mía. ¡Qué alegría hacer la voluntad de Dios sin que se mezcle la nuestra!
No os contentéis sólo con santificaros, sino amad vuestra misión y ejercitaos en enjugar las lágrimas del que padece, y lo que no podáis aliviar con vuestro trabajo y actividad, suplidlo con la oración pidiendo por vuestros hermanos a quien os debéis todas.
El descanso, para la otra vida, que en ésta el trabajar es descansar y sufrir en gozar.
Poned los medios para alcanzar la paz, y uno de los medios es olvidarnos de nosotras mismas por una perfecta abnegación, y poner nuestro corazón en Dios y sólo en Dios.
Con la caridad se ganan muchas almas, pues no pueden resistir a la fuerza del buen ejemplo de los actos heroicos que practican las almas que la poseen con tanta naturalidad y alegría.
Nosotras, el fin que nos proponemos es hacernos pobres con los pobres para ganarlos a Dios, y los pobres están tan oscurecidos que nadie se ocupa de ellos. Pues así debemos ser nosotras, estan tan escondidas y oscurecidas que nadie se ocupe de nosotras. Eso es trabajar bajo tierra.
Amen mucho la abnegación. Si conseguimos amarla como el tesoro más positivo de la vida espiritual, seremos felices. Todos nuestros trabajos y nuestras penas nacen de la falta de abnegación y porque no amamos esta virtud nos hacemos la vida pesada.
Lo más esencial de la santidad está en cumplir cada uno con sus deberes; no está en hacer cosas grandes ni extraordinarias, sino en aceptar lo que Dios va presentando como venido de su mano.
No tenemos más que fijarnos en nuestro Señor y en los apóstoles, que para ganar tantos millones de almas nunca vistieron como el mundo viste, ni comieron como él come, ni tuvieron casas cómodas y con todo lo necesario, sino todo de limosna y ni aún siquiera dónde reclinar la cabeza.
Caridad de día y de noche, caridad con los presentes y los ausentes, caridad con las cosas pasadas, que no se toquen. Que nuestros labios no se despeguen más que para alabar a Dios y al prójimo.