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martes, 2 de diciembre de 2025

NOVENA A MARÍA INMACULADA (29-NOV/07-DIC/2025)


NOVENA A MARÍA  INMACULADA

  (FUENTE INFOVATICANA)

Cada año, a partir del 29 de noviembre y hasta el 7 de diciembre, la Iglesia invita a los fieles a prepararse para la solemnidad de la Inmaculada Concepción mediante una antigua y profunda devoción: la novena que honra a la Virgen concebida sin pecado. No se trata de una simple costumbre piadosa, sino de una afirmación clara de la fe católica en la pureza única de María y en su intercesión constante por la humanidad.

La novena —rezada tradicionalmente una vez al día— recuerda que la Virgen fue preservada incluso de la sombra del pecado, porque Dios la destinó a ser no solo Madre del Verbo encarnado, sino también madre, refugio y abogada del hombre. Desde esa identidad, la oración se dirige a Ella con una confianza que no es presunción, sino reconocimiento humilde de su papel en la economía de la salvación.

Al acercarse la solemnidad del 8 de diciembre, la novena se convierte así en un llamado claro: volver a la pureza, volver a la oración, volver a Cristo por manos de María. Porque donde la humanidad cayó, la Inmaculada venció; y en esa victoria se encuentra también nuestra esperanza.




La Inmaculada: pensamiento eterno del Padre

Día 1: Novena a María Inmaculada
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00:05



Oración inicial para todos los días

Dirigida al Padre Eterno, en la unción del Espíritu, mirando a María como Obra maestra de la Santísima Trinidad

Padre Eterno,
Fuente inagotable del Ser y del Amor,
que al pronunciar desde tu eternidad el Nombre de tu Hijo quisiste que resonara también en el silencio blanquísimo de una Mujer,
te bendigo por la Inmaculada Concepción de María,
primer destello de la Redención, aurora intacta que anticipa la luz del Día eterno.

Tú, que desde siempre soñaste una criatura capaz de decir “sí” sin sombra,
una carne sin herida que pudiese acoger al Verbo sin temblores,
quisiste para tu Hijo una Madre pura, fuerte, luminosa,
y para nosotros, sus hermanos, una compasión sin límites.
Por eso la preservaste del pecado original
y la introdujiste en la historia como un río de gracia que nunca se enturbia.

Padre Santo,
mira nuestras vidas tantas veces cansadas,
heridas por el pecado, vencidas por la prisa, dispersas por el ruido.
Y por el amor que tienes a esa Mujer sin mancha,
haz que en este Adviento Cristo encuentre en nosotros una gruta,
pobre pero abierta, disponible, humilde, deseosa de Él.

Envía sobre nosotros al Espíritu Santo,
ese mismo Espíritu que cubrió a María con su sombra fecunda
y la hizo Madre del Verbo.
Que Él purifique nuestro corazón,
nos devuelva la sencillez perdida
y nos regale una mirada parecida a la suya.

Y tú, María Inmaculada,
Patria limpia donde Dios quiso nacer,
haz que esta oración suba al Padre con tu misma música.
Empújanos hacia Jesús,
acompaña nuestros cansancios,
cura nuestras tristezas,
vuelve a encendernos por dentro con la alegría de los hijos.

Amén.

DÍA 1. La Inmaculada: pensamiento eterno del Padre

María no es un accidente tardío en la historia.
Es el primer sueño de Dios en la creación, el modelo en cuya luz se comprende el resto.
Si el pecado original oscureció la trama del mundo,
la Inmaculada fue el punto intacto donde el Padre guardó su proyecto inicial.

En Ella contemplamos lo que Dios quiso para todos:
un corazón limpio, una libertad entera para amar,
una humanidad que no se repliega sobre sí misma sino que se abre como un cáliz.

Mírala así: una criatura que nunca rompió la comunión con su Creador.

Oración:
Padre, límpiame en la pureza de María.
Devuélveme la belleza de lo que Tú soñaste para mí.
Haz que yo también sea un lugar donde Cristo descanse.
Amén.

Oración final 

María Inmaculada,
Tota pulchra desde la aurora eterna,
Medianera de todas las gracias que Cristo nos ha merecido,
Corredentora asociada al único Redentor en la hora santa del Calvario,
Abogada potentísima que nunca abandonas a quien te suplica,
Madre espiritual de la Iglesia y de cada uno de sus hijos,
Patrona amantísima de España, que te reconoció siempre como su Reina, acoge mi gratitud y mi súplica;

las deposito en tus manos
como quien entrega un pequeño cirio a la claridad del mediodía.
No mires tanto la pobreza de mi oración
cuanto el deseo de amar a tu Hijo con un amor parecido al tuyo.

Madre Inmaculada,
vuelve tus ojos misericordiosos a España, que es tuya,
marcada por tu nombre en sus montes y en sus mares, en sus ciudades y aldeas,
que quiso —y quiere— seguir siendo tierra de María Santísima.
Guárdala en la unidad, en la fe, en la pureza de sus raíces cristianas.
Que no se apague en ella la oración,
ni se borre la memoria de Dios,
ni se derrumben los signos que recuerdan al mundo
que Cristo ha vencido.

Haz, Madre Inmaculada,
que en España siga en pie la Cruz, alta, serena y visible,
como columna de cielo plantada en nuestra historia
y como testigo silencioso de la victoria del Amor.
Que ninguna sombra, ningún miedo, ninguna ideología
puedan abatir la Cruz que proclama, desde lo alto,
que solo el perdón cristiano ilumina.

Y a mí, hijo tuyo,
límpiame con tu luz,
enséñame a entregarme sin reservas,
a obedecer al Espíritu como Tú obedeciste,
a permanecer junto a Cristo con la misma firmeza
con la que tú permaneciste junto a la Cruz.

María Inmaculada,
Medianera, Corredentora, Abogada, Madre y Señora,
llévame de tu mano hasta Jesús.
Y cuando llegue mi última hora,
cúbreme con tu manto
y preséntame ante el Padre
con la ternura con que llevaste al Niño en Belén
y con la fortaleza con la que estuviste al pie de la Cruz.

Así sea.


Textos y reflexiones de Mons. Alberto José González Chaves





La gracia preservada: el primer triunfo de Cristo

Día 2: Novena a María Inmaculada

Oración inicial para todos los días

Dirigida al Padre Eterno, en la unción del Espíritu, mirando a María como Obra maestra de la Santísima Trinidad

Padre Eterno,
Fuente inagotable del Ser y del Amor,
que al pronunciar desde tu eternidad el Nombre de tu Hijo quisiste que resonara también en el silencio blanquísimo de una Mujer,
te bendigo por la Inmaculada Concepción de María,
primer destello de la Redención, aurora intacta que anticipa la luz del Día eterno.

Tú, que desde siempre soñaste una criatura capaz de decir “sí” sin sombra,
una carne sin herida que pudiese acoger al Verbo sin temblores,
quisiste para tu Hijo una Madre pura, fuerte, luminosa,
y para nosotros, sus hermanos, una compasión sin límites.
Por eso la preservaste del pecado original
y la introdujiste en la historia como un río de gracia que nunca se enturbia.

Padre Santo,
mira nuestras vidas tantas veces cansadas,
heridas por el pecado, vencidas por la prisa, dispersas por el ruido.
Y por el amor que tienes a esa Mujer sin mancha,
haz que en este Adviento Cristo encuentre en nosotros una gruta,
pobre pero abierta, disponible, humilde, deseosa de Él.

Envía sobre nosotros al Espíritu Santo,
ese mismo Espíritu que cubrió a María con su sombra fecunda
y la hizo Madre del Verbo.
Que Él purifique nuestro corazón,
nos devuelva la sencillez perdida
y nos regale una mirada parecida a la suya.

Y tú, María Inmaculada,
Patria limpia donde Dios quiso nacer,
haz que esta oración suba al Padre con tu misma música.
Empújanos hacia Jesús,
acompaña nuestros cansancios,
cura nuestras tristezas,
vuelve a encendernos por dentro con la alegría de los hijos.

Amén.

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La gracia preservada: el primer triunfo de Cristo

El dogma de la Inmaculada no habla primero de María, sino de Cristo.
Es su primera victoria, su primer acto de Mediador,
su redención aplicada antes del tiempo a aquella que debía ser su Madre.

Por eso, contemplar a la Inmaculada es contemplar a Cristo que vence.
Es ver cómo el Cordero derrama su sangre —anticipadamente—
sobre la criatura en Quien Él mismo moraría.

María es la primicia del Evangelio,
el “ya” luminoso en medio del “todavía no” de la historia.

Mírala como pura transparencia del Hijo.
Donde Ella aparece, se oye el eco del Cordero vencedor.

Oración:
Jesús, glorificado en tu Madre, lava con tu Sangre las zonas más rotas de mi vida.
Haz de mí, por la intercesión de la Inmaculada, un pequeño anticipo de tu Reino.
Amén.

Oración final 

María Inmaculada,
Tota pulchra desde la aurora eterna,
Medianera de todas las gracias que Cristo nos ha merecido,
Corredentora asociada al único Redentor en la hora santa del Calvario,
Abogada potentísima que nunca abandonas a quien te suplica,
Madre espiritual de la Iglesia y de cada uno de sus hijos,
Patrona amantísima de España, que te reconoció siempre como su Reina,

acoge mi gratitud y mi súplica;

las deposito en tus manos
como quien entrega un pequeño cirio a la claridad del mediodía.
No mires tanto la pobreza de mi oración
cuanto el deseo de amar a tu Hijo con un amor parecido al tuyo.

Madre Inmaculada,
vuelve tus ojos misericordiosos a España, que es tuya,
marcada por tu nombre en sus montes y en sus mares, en sus ciudades y aldeas,
que quiso —y quiere— seguir siendo tierra de María Santísima.
Guárdala en la unidad, en la fe, en la pureza de sus raíces cristianas.
Que no se apague en ella la oración,
ni se borre la memoria de Dios,
ni se derrumben los signos que recuerdan al mundo
que Cristo ha vencido.

Haz, Madre Inmaculada,
que en España siga en pie la Cruz, alta, serena y visible,
como columna de cielo plantada en nuestra historia
y como testigo silencioso de la victoria del Amor.
Que ninguna sombra, ningún miedo, ninguna ideología
puedan abatir la Cruz que proclama, desde lo alto,
que solo el perdón cristiano ilumina.

Y a mí, hijo tuyo,
límpiame con tu luz,
enséñame a entregarme sin reservas,
a obedecer al Espíritu como Tú obedeciste,
a permanecer junto a Cristo con la misma firmeza
con la que tú permaneciste junto a la Cruz.

María Inmaculada,
Medianera, Corredentora, Abogada, Madre y Señora,
llévame de tu mano hasta Jesús.
Y cuando llegue mi última hora,
cúbreme con tu manto
y preséntame ante el Padre
con la ternura con que llevaste al Niño en Belén
y con la fortaleza con la que estuviste al pie de la Cruz.

Así sea.

Textos y reflexiones de Mons. Alberto José González Chaves




María Inmaculada y Medianera

Día 3: Novena a María Inmaculada

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Oración inicial para todos los días

Dirigida al Padre Eterno, en la unción del Espíritu, mirando a María como Obra maestra de la Santísima Trinidad

Padre Eterno,
Fuente inagotable del Ser y del Amor,
que al pronunciar desde tu eternidad el Nombre de tu Hijo quisiste que resonara también en el silencio blanquísimo de una Mujer,
te bendigo por la Inmaculada Concepción de María,
primer destello de la Redención, aurora intacta que anticipa la luz del Día eterno.

Tú, que desde siempre soñaste una criatura capaz de decir “sí” sin sombra,
una carne sin herida que pudiese acoger al Verbo sin temblores,
quisiste para tu Hijo una Madre pura, fuerte, luminosa,
y para nosotros, sus hermanos, una compasión sin límites.
Por eso la preservaste del pecado original
y la introdujiste en la historia como un río de gracia que nunca se enturbia.

Padre Santo,
mira nuestras vidas tantas veces cansadas,
heridas por el pecado, vencidas por la prisa, dispersas por el ruido.
Y por el amor que tienes a esa Mujer sin mancha,
haz que en este Adviento Cristo encuentre en nosotros una gruta,
pobre pero abierta, disponible, humilde, deseosa de Él.

Envía sobre nosotros al Espíritu Santo,
ese mismo Espíritu que cubrió a María con su sombra fecunda
y la hizo Madre del Verbo.
Que Él purifique nuestro corazón,
nos devuelva la sencillez perdida
y nos regale una mirada parecida a la suya.

Y tú, María Inmaculada,
Patria limpia donde Dios quiso nacer,
haz que esta oración suba al Padre con tu misma música.
Empújanos hacia Jesús,
acompaña nuestros cansancios,
cura nuestras tristezas,
vuelve a encendernos por dentro con la alegría de los hijos.

Amén.

Reproductor de vídeo
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María Inmaculada y Medianera

La gracia que Ella recibe, la recibe para darla.
María no fue limpiada del pecado para retirarse a la altivez de los puros,
sino para convertirse en puente,
en camino amable por el que pasa la misericordia.

La Inmaculada no acumula gracias: las derrama.
Todo lo que Ella es, lo es “para nosotros”.

En Ella vemos ya la Mediación maternal:
Dios la llena; Ella desborda. Dios le da; Ella reparte.
Dios desciende; Ella conduce hacia Él.

Mírala como una fuente limpia. Acércate sin miedo.
Nada en Ella mancha; todo en Ella cura.

Oración:
Madre Inmaculada, Medianera de todas las gracias,
déjame beber del agua clara que mana de tu corazón.
Llévame a Jesús por el camino más directo y más suave: Tú.
Amén.

Oración final 

María Inmaculada,
Tota pulchra desde la aurora eterna,
Medianera de todas las gracias que Cristo nos ha merecido,
Corredentora asociada al único Redentor en la hora santa del Calvario,
Abogada potentísima que nunca abandonas a quien te suplica,
Madre espiritual de la Iglesia y de cada uno de sus hijos,
Patrona amantísima de España, que te reconoció siempre como su Reina,

acoge mi gratitud y mi súplica;

las deposito en tus manos
como quien entrega un pequeño cirio a la claridad del mediodía.
No mires tanto la pobreza de mi oración
cuanto el deseo de amar a tu Hijo con un amor parecido al tuyo.

Madre Inmaculada,
vuelve tus ojos misericordiosos a España, que es tuya,
marcada por tu nombre en sus montes y en sus mares, en sus ciudades y aldeas,
que quiso —y quiere— seguir siendo tierra de María Santísima.
Guárdala en la unidad, en la fe, en la pureza de sus raíces cristianas.
Que no se apague en ella la oración,
ni se borre la memoria de Dios,
ni se derrumben los signos que recuerdan al mundo
que Cristo ha vencido.

Haz, Madre Inmaculada,
que en España siga en pie la Cruz, alta, serena y visible,
como columna de cielo plantada en nuestra historia
y como testigo silencioso de la victoria del Amor.
Que ninguna sombra, ningún miedo, ninguna ideología
puedan abatir la Cruz que proclama, desde lo alto,
que solo el perdón cristiano ilumina.

Y a mí, hijo tuyo,
límpiame con tu luz,
enséñame a entregarme sin reservas,
a obedecer al Espíritu como Tú obedeciste,
a permanecer junto a Cristo con la misma firmeza
con la que tú permaneciste junto a la Cruz.

María Inmaculada,
Medianera, Corredentora, Abogada, Madre y Señora,
llévame de tu mano hasta Jesús.
Y cuando llegue mi última hora,
cúbreme con tu manto
y preséntame ante el Padre
con la ternura con que llevaste al Niño en Belén
y con la fortaleza con la que estuviste al pie de la Cruz.

Así sea.

Textos y reflexiones de Mons. Alberto José González Chaves