Un hecho que se recuerda todos los años alrededor de la fiesta de los Santos. Este fin de semana en muchos centros salesianos se repetirá este gesto. Esto es lo que sucedió:
El día de Difuntos llevó Don Bosco a todos los Muchachos del Oratorio a visitar el cementerio y rezar. Les había prometido, para la vuelta, castañas cocidas. Y había hecho comprar tres grandes sacos.
El día de Difuntos llevó Don Bosco a todos los Muchachos del Oratorio a visitar el cementerio y rezar. Les había prometido, para la vuelta, castañas cocidas. Y había hecho comprar tres grandes sacos.
Pero Mama Margarita no había entendido bien sus deseos y no hizo cocer más que tres o cuatro kilos. José Buzzetti, el jovencísmo “ecónomo”, llegó antes que los demás a casa, vio lo sucedido y dijo:
- Don Bosco va a quedar mal. Hay que decírselo enseguida.
Pero con el alboroto de la vuelta de la hambrienta tropa, Buzzetti no supo explicarse. Tomó en sus manos Don Bosco la pequeña cesta y empezó a repartir castañas con un gran cucharón. En medio de la barahúnda le gritaba Buzzetti:
- ¡Así no! ¡No hay para todos!
- Hay tres sacos en la cocina
- ¡No! ¡Sólo esas! ¡Sólo esas!. Intentaba decirle Buzzetti. Don Bosco no quería creerle.
- Yo les he prometido a todos. Sigamos mientras haya.
Siguió entregando un cazo a cada uno. Buzzetti miraba nervioso los pocos puñados que quedaban en el fondo del cesto, y la fila de los que se acercaban, que parecía cada vez más larga. Alguno empezó a mirar con él.
De pronto casi se hizo silencio. Centenares de ojos desencajados miraban a aquel cesto que no se vaciaba nunca; Hubo para todos. Quizás por primera vez, con las manos llenas de castañas, gritaron los muchachos aquella tarde: “¡Don Bosco es un santo!”.
Desde entonces cada salesiano, cada salesiana, en las familias, los oratorios y centros juveniles se recuerda el milagro: como signo de lo que Don Bosco es capaz de hacer por sus jóvenes, como recordatorio de lo que cada uno podemos hacer por los jóvenes.