Hoy, Jesucristo, el unigénito y amado del eterno Padre, manifiesta su gloria ante los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, con el testimonio de la Ley y los Profetas. Así muestra la transformación por la gracia de la humildad de nuestra naturaleza, asumida por Él, y nos da conocer la imagen de Dios, conforme a la cual fue creado el hombre y que, herida en Adán, ha sido renovada en Cristo.
HIMNO DE LAUDES
Pedro evoca las tiendas de la historia,
quiere hacer perdurable este momento,
solicita a Jesús consentimiento
para permanecer bajo la gloria.
La Voz entre una nube trae memoria
de su más importante mandamiento,
escuchar al Mesías, que es cimiento,
priedra angular, ofrenda expiatoria.
El temor se apodera de los fieles.
Vuelve la oscuridad. Les vence el miedo.
Jesús dice no teman ni lo digan
hasta que resucite con laureles,
vencedor de la muerte, y en su credo
las almas rescatadas le bendigan.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.
MEDITACIÓN
Una nube luminosa los cubrió con su sombra
Los discípulos fueron presa de un gran temor viendo a Jesús, el Salvador, en la nube con Moisés y Elías.
Antiguamente, es verdad, cuando Moisés vio a Dios, entró en la nube divina, danto a entender así que la Ley era una sombra. En aquel tiempo, Israel no podía fijar la vista en el rostro de Moisés por el resplandor de su rostro. Pero nosotros todos, que llevamos la cara descubiera, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu. Por esto la nube que cubrió a los discípulos con su sombra no era una nube llena de tinieblas, sino de luz.
En efecto, el misterio escondido desde siglos y generaciones ahora ha sido revelado y se ha manifestado la gloria perpetua y eterna. Por eso, Moisés y Elías, a un lado y otro del Salvador, personificaban a la Ley y los profetas. Al que en verdad anunciaban tanto la Ley como los profetas es a Jesús, el dispensador de vida.
SAN JUAN DAMASCENO
Monje, teólogo y doctor de la Iglesia (Ca. 675-749)
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