Entre la dulce taifa de las nuevas monjas advenidas a la santidad de la Iglesia, Eusebia Palomino es sí y así, la personalidad, el carácter, el genio, lo inconfundible.
Una santa es grande cuando necesita que le escriban biografías a su medida, como Teresa Rodón o Teresa de Calcuta. Ahí está Eusebia Palomino, ése es su punto. Que el santoral católico no pierda ya a una maravillosa salesiana internacional y salmantina. Que no se quede en una “bienaventurada” más. Que la entiendan sus jueces a tiempo, por favor.
Eso.
Eusebia Palomino nació en Cantalpino en 1899 y falleció en Valverde del Camino en 1935. El 5 de
agosto de 1924 se consagra a Dios en el Instituto de Hijas de María Auxiliadora y ese día es enviada
a Valverde. Al despedirse de su hermana Sor Caridad le dice: “Hagámonos santas, chica. Todo lo
demás es perder el tiempo”.
Y las chicas de Valverde dejan la calle, la casa, el patio, hasta la clase, por atender a la complicación de su sonrisa, al vuelo de sus manos, al eco de su palabra, a la presencia/ausencia de su oración.
Algunos años más tarde, muchas de aquellas muchachas estarán en Barcelona-Sarriá para ser salesianas.
La inspectora, Madre Covi, pregunta: “¿Y tú, de dónde eres?”, y escuchará la respuesta: “De Valverde, madre”, “de Valverde”, “de Valverde”… Y sorprendida Covi añadirá: “¿Pero qué es lo que hay en Valverde?”. La responderán sin pararse: “Hay una cocinera con asma, que cuenta a las muchachas cuentos sencillos”.
Demasiada santa para meterla sólo en un papel de cocinera con asma. Al aconsejarle su madre-maestra un libro para la meditación, Eusebia le pregunta: “¿Pero es que es necesario un libro para meditar?”. “¿Cómo lo haces tú?”, le pregunta la maestra. “Oh, madre, me basta ver un olivo o cualquier otro árbol para meditar sobre Dios”.
Cuando llegó a Valverde las muchachas la calificaron de “pequeña, amarilla, delgada, la de manos gruesas y de nombre feo”. Eusebia se propuso crecer por dentro, y creció. Creció algunos centímetros y en estatura moral. Toda ella es como la maqueta de un monumento a la Voluntad y a Dios. A quien le pregunta cómo está ante cualquier percance le responde: “Hago la voluntad de Dios”.
Adorable.
Eusebia Palomino se hizo a sí misma, aunque dé un poco de vergüenza escribir este tópico, y no necesitó de escuelas, ni de libros, ni de congresos. Su escuela fue la vida, su vida. Ahora que nos pueden ciertos ambientes, podemos decir que a ser genio no te enseña nadie, y que el genio es siempre autodidacta, bien se llame Marañón o Einstein. Qué decir del santo, que es un genio inspirado por Dios.
F. R. de C.
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