¡Dios te salve, Virgen pura,
Reina piadosa del mundo,
Madre de vida y dulzura,
acoge el ruego profundo
de tus hijos sin ventura!
¡Hijos que por ti clamamos
desterrados hijos de Eva,
que a Ti ¡oh Madre! suspiramos
en este valle de prueba
donde sin cesar lloramos.
¡Tus hijos siempre y ahora
tristes te elevan el alma!...
¡Óyelos, Madre y Señora,
con esa piedad que calma
los gemidos del que llora!
¡Ea, pues, nuestra Abogada,
vuelve a nos de esos tus ojos
la dulce y tierna mirada
que purifica de abrojos
nuestra mísera jornada!
¡Y preséntanos, María,
de este destierro en pasando,
a ese Varón de agonía
que paz y perdón clamando
murió por la raza impía!
¡Fruto de tu entraña pura
de la humanidad consuelo!
¡Si Tú, Madre de ternura,
la dicha pides del suelo,
dicha obtendremos segura!
Y pues tiene prometido
a los dignos, Madre mía,
gozo eterno y bendecido,
¡Oh dulce! ¡oh clemente! ¡oh pía!
¡Haz nuestro gozo cumplido!
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