DICHOSA LA QUE HA CREÍDO
María es dichosa, tal como su prima Isabel se lo ha dicho, no sólo porque Dios la ha mirado, sino porque ha creído. Su fe es el mejor fruto de la bondad divina. Pero ha sido necesario que el arte inefable del Espíritu Santo viniera sobre Ella para que una tal grandeza de alma se uniera, en el secreto de su corazón virginal a una tal humildad. La humildad y la grandeza del alma de María, así como su virginidad y su fecundidad, son semejantes a dos estrellas que se iluminan mutuamente, porque en María la profundidad de su humildad no perjudica en nada a la generosidad de su alma, y viceversa.
Puesto que María se juzgaba a sí misma de manera tan humilde, no fue menos generosa en su fe en la promesa que el ángel le había hecho. Ella, que se miraba a sí misa como una pobre y pequeña esclava, no dudó en absoluto ser llamada a este misterio insondable. Creyó inmediatamente que iba a ser verdaderamente la Madre de Dios-hecho-hombre. Es la gracia de Dios la que produce esta maravilla en el corazón de los elegidos: la humildad no los hace ser temerosos ni tomoratos, como tampoco la generosidad de su alma los vuelve orgullosos. Al contrario, en los santos, estos dos virtudes se refuerzan la una a la otra.
SAN BERNARDO
FOTOGRAFÍA: NTRA. SRA. DE LA ESPERANZA CORONADA (HUELVA)