jueves, 11 de diciembre de 2008

LOS PAPAS Y LA VIRGEN DE GUADALUPE


Pío X proclamó a Nuestra Señora de Guadalupe "Patrona de toda la América Latina"; Pío XI, de "todas las Américas"; Pío XII la llamó "Emperatriz de las Américas"; y Juan XXIII, "La misionera celeste del Nuevo Mundo" y "la Madre de las Américas". En esta gran basílica Juan Pablo II beatificó al indio Juan Diego el 6 de mayo de 1990.
En sus cuatro visitas a México, Juan Pablo II ha visitado el Tepeyac y honrado con profundo amor filial a la Virgen de Guadalupe a quien ha encomendado el continente Americano y su nueva evangelización.



El Papa Juan Pablo II nos enseña que, ante la actual cultura de la muerte, encontramos esperanza en la Virgen de Guadalupe, la gran abogada y defensora de la vida humana. Ella apareció embarazada. Los indios comprendieron que les visitaba la Madre de Dios. Tras la conversión, los indios cesaron de ofrecer sacrificios humanos que hasta entonces eran comunes. Por eso la Iglesia pide hoy día su intercesión para defender la vida contra el genocidio del aborto y otras amenazas contra los inocentes.
En su cuarta visita a México, del 22 al 26 de enero de 1999, Juan Pablo II puso a los pies de la Virgen el documento del sínodo de las Américas que en aquella ocasión entregó a la Iglesia como fundamento para la Nueva Evangelización que solo es posible por la obra del Espíritu Santo. La Virgen es la que propicia la obra divina con su FIAT. Así es corredentora con su Hijo Jesucristo. La cuarta visita del Papa a México coincidió con el 26 aniversario de la legalización del aborto en USA, poniéndose así de relieve la gran batalla mundial por la dignidad de la vida humana.

NTRA. SRA. DE GUADALUPE




La siguiente historia es tomada del escrito del indio Nican Mophua del XVI
Para el texto completo ver: El Nican Mopohua



Un sábado de 1531 a principios de diciembre, un indio llamado Juan Diego, iba muy de madrugada del pueblo en que residía a la ciudad de México a clase de catecismo y a la Santa Misa. Al llegar junto al cerro llamado Tepeyac amanecía y escuchó que le llamaban de arriba del cerro diciendo: "Juanito, Juan Dieguito".
Él subió a la cumbre y vio a una Señora de sobrehumana belleza, cuyo vestido era brillante como el sol, la cual con palabras muy amables y atentas le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?... sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa pues yo soy vuestra piadosa Madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en Mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído... Hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo"
Él se arrodilló y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo". Y se fue de prisa a la ciudad y camino al Palacio del Obispo, que era Fray Juan de Zumárraga, religioso franciscano.
Cuando el Obispo oyó lo que le decía el indiecito Juan Diego, no le creyó. Solamente le dijo: "Otro vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido".
Juan Diego se volvió muy triste porque no había logrado que se realizara su mensaje. Se fue derecho a la cumbre del cerro y encontró allí a la Señora del Cielo que le estaba aguardando. Al verla se arrodilló delante de Ella y le dijo: "Señora, la más pequeñas de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto... Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro."
Ella le respondió: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido."
Pero al día siguiente el obispo tampoco le creyó a Juan Diego y le dijo que era necesaria alguna señal maravillosa para creer que era cierto que lo enviaba la misma Señora del Cielo. Y lo despidió.
El lunes, Juan Diego no volvió al sitio donde se le aparecía nuestra Señora porque su tío Bernardino se puso muy grave y le rogó que fuera a la capital y le llevara un sacerdote para confesarse. Él dio la vuelta por otro lado del Tepeyac para que no lo detuviera la Señora del Cielo, y así poder llegar más pronto a la capital. Mas Ella le salió al encuentro en el camino por donde iba y le dijo: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó... Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.”
Juan Diego subió a la cumbre del cerro y se asombró muchísimo al ver tantas y exquisitas rosas de Castilla, siendo aquel un tiempo de mucho hielo en el que no aparece rosa alguna por allí, y menos en esos pedregales. Llenó su poncho o larga ruana blanca con todas aquellas bellísimas rosas y se presentó a la Señora del Cielo.
Ella le dijo: “Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla: Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”
Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del Obispo le dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad.
Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla (...). Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.
Desenvolvió luego su blanca manta, y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la Virgen María, Madre de Dios, tal cual se venera hoy en el templo de Guadalupe en Tepeyac. Luego que la vieron, el Obispo y todos los que allí estaban, se arrodillaron llenos de admiración. El prelado desató del cuello de Juan Diego la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo y la llevó con gran devoción al altar de su capilla. Con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón por no haber aceptado antes el mandato de la Virgen.
La ciudad entera se conmovió, y venían a ver y admirar la devota imagen y a hacerle oración; y le pusieron por nombre la Virgen de Guadalupe, según el deseo de Nuestra Señora. Juan Diego pidió permiso para ir a ver a su tío Bernardino, que estaba muy grave. El Obispo le envió un grupo de personas para acompañarlo. Al llegar vieron a su tío estaba muy contento y que nada le dolía. Y vinieron a saber que había quedado instantáneamente curado en el momento en que la Santísima Virgen dijo a Juan Diego: "No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro de que ya sanó".
El Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo. La ciudad entera desfilaba para admirar y venerar la Sagrada Imagen, maravillados todos de que hubiera aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.




Oración a Nuestra Señora de Guadalupe

Patrona de México y Emperatriz de las Américas


"Madre Santísima de Guadalupe, Madre de Jesús, condúcenos hacia tu Divino Hijo por el camino del Evangelio, para que nuestra vida sea el cumplimiento generoso de la voluntad de Dios. Condúcenos a Jesús,que se nos manifiesta y se nos da en la Palabra revelada y en el Pan de la Eucaristía. Danos una fe firme,una esperanza sobrenatural, una caridad ardiente y una fidelidad viva a nuestra vocación de bautizados. Ayúdanos a ser agradecidos a Dios, exigentes con nosotros mismos y llenos de amor para con nuestros hermanos. Amén"



martes, 9 de diciembre de 2008

SAN JUAN DIEGO




San Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila) es conocido por el Acontecimiento Guadalupano, que consiste en las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, que tuvieron lugar en el año de 1531, y en donde, Juan Diego fue uno de los protagonistas centrales.





Juan Diego nace en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que pertenecía al reino de Texcoco; y su muerte tuvo lugar en 1548, poco después de otro importante protagonista de ese acontecimiento, el arzobispo de Méjico, fray Juan de Zumárraga.





Juan Diego es llamado embajador-mensajero de Santa María de Guadalupe. Fue beatificado en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe de la ciudad de Méjico el 6 de mayo de 1990 por el Papa Juan Pablo II, durante su segundo viaje apostólico a Méjico.





Desde el siglo XVI, existen documentos en donde se sabe de la vida y fama de santidad de Juan Diego, uno de los más importantes fue, sin lugar a dudas, las llamadas Informaciones Jurídicas de 1666, importante Proceso Canónico, aprobado después por la Santa Sede y constituido como Proceso Apostólico, cuando se pidió la aprobación para celebrar la Fiesta de la Virgen de Guadalupe los días 12 de Diciembre. Estas Informaciones están constituidas por testimonios de ancianos vecinos de Cuauhtitlán (alguno de ellos de más de cien años de edad); quienes testificaron y confirmaron la vida ejemplar de Juan Diego. Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la personalidad y la fama de santidad de Juan Diego: “Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones, le decía a este testigo su tía: «Dios os haga como Juan Diego y su Tío», porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos”; otro testimonio es el de Andrés Juan quien decía que Juan Diego era un “Varón Santo”; en estos conceptos concuerdan, unánimes, los otros testigos en estas Informaciones Jurídicas, como por ejemplo: Gabriel Xuárez, doña Juana de la Concepción, don Pablo Xuárez, don Martín de San Luis, don Juan Xuárez, Catarina Mónica, etc.





Juan Diego, efectivamente, era para el pueblo “un indio bueno y cristiano”, o un “varón santo”; ya sólo estos títulos bastarían para entender la fortaleza de su fama; pues los indios eran muy exigentes para atribuir a alguno de ellos el apelativo de “buen indio” y mucho menos atribuir que era tan “bueno” que llegaba a considerarse ya “santo” como para pedirle a Dios que a sus propios hijos o familiares los hiciera igual de buenos y santos como a Juan Diego.








SAN JUAN DIEGOENSEÑANOS EL VALOR DE LA HUMILDAD,DE LA CARIDAD CONCRETA,DE LA FILIAL OBEDIENCIADE LA ESPERANZA QUE ENFRENTAPOR DIOS TODOS LOS OBSTACULOS.








SAN JUAN DIEGOENSEÑANOS EL VALOR DE LA HUMILDAD,DE LA CARIDAD CONCRETA,DE LA FILIAL OBEDIENCIADE LA ESPERANZA QUE ENFRENTAPOR DIOS TODOS LOS OBSTACULOS.





Al igual que San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, pidamos a María, bajo la advocación de Guadalupe, patrona de América, su intercesión ante el Padre:




María de Guadalupe, Señora


vengo a ti con mi plegaria


y a decirte cuanto te ama


el pueblo de tu elección


.En los albores de nuestra Patria


viniste, Madre, con la esperanza


para mi gente de un nuevo Sol.


Siempre Virgen, pura y limpia, Señora.


Dueña eres de mi tierra,


la ganaste por conquista


con la fuerza de tu amor.


Tu faz morena, de tierna niña


sonríe a mi pueblo confiadamente


pues tú nos traes al Redentor.


Madre del Dios tan cercano, Señora


quieres que te erija un templo


aceptando a mis hermanos


con la gracia del perdón.


Tus hijos somos, tómanos, Madre,


por mensajeros de tu palabra


como Juan Diego, tu embajador.


Virgen misericordiosa, Señora


toda América Latina te implora


y te expresa su cariño


ante tu altar del Tepeyác.


Tus ojos dulces nos miran siempre


tus manos juntas oran humildes


pidiendo al Padre por nuestro bien.


María de Guadalupe, Señora,


hoy te ofrezco yo mi alma


para que en ella se estampe


la dulzura de tu amor.








NOTA.- EL DÍA 12 PUBLICAREMOS LA HISTORIA BREVE DE LAS APARICIONES DE NTRA. SRA. DE GUADALUPE AL INDIO JUAN DIEGO






POZO DEL CAMINO CONCEPCIONISTA (II)











POZO DEL CAMINO CONCEPCIONISTA (I)











domingo, 7 de diciembre de 2008

HOMENAJE A LA INMACULADA (DÍA 9 Y ÚLTIMO DE LA NOVENA)


MARÍA MADRE


“Te pintaron para tener siempre un niño entre tus manos,

un niño receloso, amedrentado,

un niño estremecido y aterrado:

fugitivo de los sueños fantasmales,

de las torvas visiones,

de los siniestros mensajeros;

acaso fugitivo de sí mismo,

de su propio corazón despilfarrado,

de su amor excesivo.
Te pintaron para tener siempre un niño entre tus manos.

¿Qué niño tienes ahora?

Por tus manos van pasando –vamos pasando-

todos los niños desvalidos de la tierra:

rostros negros, cobrizos, amarillos;

rostros blancos, mulatos y mestizos,

tatuados, torturados, navajeados;

el rostro del mendigo, del que arrastra los cartones,

del borracho y drogadicto,

del pobre maloliente,

y del que tuvo la desgracia de ser rico.
Hacia ti vamos viniendo –van viniendo-

fugitivos de atropellos e injusticias,

fugitivos de apatías y desdenes,

de amistades abortadas,

de abrazos malogrados;

fugitivos de frustradas esperanzas,

de proyectos derrumbados.

Fugitivos de la propia cobardía,

del fastidio y la desgana,

y de todos los pecados capitales.

¿Qué niño es el que tienes ahora entre tus manos?

Pero tú sigues mirando,

porque siempre hay alguien que no ha llegado todavía,

Alguien a quien estás esperando.”



(Tirso Cepedal)

HOMENAJE A LA INMACULADA (DÍA 8)


MARÍA INMACULADA, MUJER EUCARÍSTICA


Oración de Juan Pablo II ante la Imagen
de la Inmaculada en la Plaza de España de Roma (8-12-2004)



1 ¡Virgen Inmaculada!

Una vez más estamos aquí para rendirte homenaje

a los pies de esta columna,

desde la cual velas con amor

sobre Roma y sobre el mundo entero

desde cuando, hace ciento cincuenta años,

el beato Pío IX proclamó,

como verdad de la fe católica,

tu preservación de toda mancha de pecado

en previsión de la muerte y resurrección

de tu Hijo Jesucristo.



2 ¡Virgen Inmaculada!

Tu intacta belleza espiritual

es para nosotros fuente viva de confianza y de esperanza.

Tenerte como Madre, Virgen Santa,

nos afianza en el camino de la vida

como prenda de eterna salvación.

Por ello a ti, oh María,recurrimos confiados.

Ayúdanos a construir un mundo

en el que la vida del hombre se vea siempre amada y defendida;

toda forma de violencia, desterrada;

la paz, por todos tenazmente buscada.



3 ¡Virgen Inmaculada!

En este Año de la Eucaristía,

concédenos celebrar y adorar

con renovada fe y ardiente amor

el santo misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo.

Bajo tu magisterio, oh Mujer eucarística,

enséñanos a conmemorar las maravillosas obras

que Dios no deja de realizar en el corazón de los hombres.

Con materno desvelo, Virgen María,

guía siempre nuestros pasos por los caminos del bien. Amén.



(Original italiano procedente del archivo informático

de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA.)